Moby Dick, Herman Melville
Un andar solitario entre la gente, Antonio Muñoz Molina
Todas las almas, Javier Marias
Una hora menos, Fernando José Palacios León
The war on normal people, Andrew Yang
El corazón del mundo: una nueva historia universal, Peter Frankopan
He tenido un verano ajetreado, pero también ha sido un verano de muchas lecturas, como hacía mucho tiempo que un verano mío no lo era. Dos de ellas tienen un poco de trampa porque son libros que empecé a leer durante la primavera: Moby Dick, de Herman Melville, y Un andar solitario entre la gente, de Antonio Muñoz Molina. Me ha llevado su tiempo leerlos, aunque por razones distintas.
Moby Dick me ha resultado muy denso y trabado. Si me pregunto a mi mismo si me ha gustado me respondo que sí, que me ha gustado, pero creo que me ha gustado más el poso que me ha dejado el libro que la lectura en si misma. Cierro los ojos y me transporto a la cubierta del barco ballenero, a los días y noches de travesía tranquila, o a las escenas intensas persiguiendo a grupos de ballenas. Pero las páginas con descripciones larguísimas (de distintos los tipos de ballena, de las diferentes técnicas de caza, de las partes del barco con sus nombres tan específicos) me han resultado eso, larguísimas, y me pregunto cómo habría sido el libro sin todas esas divagaciones. Quizás el efecto sería distinto, es posible el poso que me ha dejado sea consecuencia (en parte y aunque yo no sepa porqué) de esos capítulos tan, venga voy a decirlo ya, tan aburridos (al menos para mi). Me quedaré con la duda.
Leer Un andar solitario entre la gente también me ha llevado unos cuantos meses, pero por otro motivo, ha sido una lentitud buscada. La manera de escribir de Antonio Muñoz Molina conecta de tal manera con mi manera de leer que si me dejase llevar me leería todos sus libros de un tirón, lo cual sería un placer. Sin embargo, sus últimos libros he preferido estirarlos todo lo posible, siempre resistiendo la tentación de leer una página mas. De este libro me quedo con muchas cosas, pero sobre todo con la labor de artesanía que suponen los títulos de los capítulos, esa colección de frases sacadas de la superficialidad mas escandalosa del lenguaje publicitario: compartimos todos tus sueños, potencia tu creatividad, prepárate para todo lo que viene, desearás que el camino no termine nunca, únete a la nueva dimensión, te estamos esperando, dónde y cuándo quiero, siempre un paso más allá…Y tras cada título, y aparentemente sin conexión con ellos (o al menos yo no la he pillado) una observación, una reflexión, una confesión, un paseo propio o ajeno, o una invitación a terminar ese pensamiento que uno se deja siempre a medias.
Javier Marías, al que leo todos domingos de septiembre a julio en El País Semanal y me hace reír y pensar a partes iguales, también escribe novelas. Nada nuevo bajo el sol, quiero decir, lo de que Javier Marías escriba novelas. Pero lo que es nuevo es que yo me haya leído una. Lo había intentado varias veces, pero la cosa no cuajaba, me perdía en las frases, tenía que volver atrás para releerlas y al tercer o cuarto rebobinado cerraba la novela para ir a prepararme un café o un bocadillo y hasta ahí llegaba el intento. Lo curioso es que (quizás por mi fidelidad a sus artículos semanales) nunca se me ocurrió echarle la culpa a Javier Marías sino mas bien a mi mismo, ¿quizás es que no soy capaz de concentrarme lo suficiente? No lo se, pero el caso es que este verano me he leído Todas las almas y he disfrutado como un enano. ¿Será el efecto Moby Dick? A lo mejor he entrenado tanto mi capacidad de concentración leyéndome quince páginas seguidas con vocabulario náutico que al ponerme con Todas las almas ya tenía medio trabajo hecho. Elegí Todas las almas porque estaba a mano en la estantería de mi madre, porque era lo suficientemente ligera como para llevármela a la playa y porque se desarrolla en Oxford, una ciudad que me despertaba curiosidad y que ahora, después de haber leído la novela, me despierta aún mas. La novela me ha enseñado una cosa importante: que se puede escribir poniendo paréntesis sin parar (cosa que a mi de natural me surge mucho, pero solía resistirme porque pensaba, no se, ¿que estaba feo?).
Unos días antes de encontrar Todas las almas en la estantería de mi madre, cruzando Alemania en tren y a medio camino entre Lund y Denia, me leí el relato Una hora menos, de Fernando José Palacios León, que vive en Alemania y que publica artículos sobre literatura en su web El tintero. El relato, que me enganchó mucho, trata, en buena medida, sobre el oficio de la escritura. Y pone en paralelo diferentes maneras de acercarse a ella. Leí el relato mientras repasaba mis apuntes para una nueva novela y le daba muchas vueltas a mi manera de escribir. De repente me di cuenta de que todavía no me he enfrentado a una crítica, quiero decir, mas allá de la critica de algún amigo que me dice con mucho tacto que cierto capítulo de Sesenta metros cuadrados le ha parecido mas largo de la cuenta. Pero a la crítica de un desconocido todavía no. Miedo me da. Y curiosidad también. Igual que me dan cada vez mas curiosidad los relatos y las novelas que están escribiendo otros autores de más o menos mi edad, como por ejemplo Fernando José Palacios León.
Y hasta ahí las novelas y los relatos. Mis otros dos libros del verano han sido dos ensayos que he ido alternando con las ficciones.
Empecé con The war on normal people (que todavía no está traducido al castellano pero que podría traducirse como La guerra contra la gente normal) de Andrew Yang. El libro me llamó la atención al leer un artítulo en eldiario.es, tanto por el título como por el hecho de que el autor se ha presentado como candidato (demócrata) para las elecciones estadounidenses de 2020. Una de sus propuestas centrales, que también es el tema central del libro, es la necesidad de implementar una renta básica. Su tesis la presenta mas o menos así: Andrew, el autor del libro, después de llevar varios años trabajando para crear empleos en las zonas menos pujantes de Estados Unidos (con la ONG Venture for America) llega a la conclusión de que es una batalla perdida, que mas y mas sectores de la sociedad van a ver como sus empleos son realizados por robots – desde los radiólogos a los camioneros – y que cuanto antes garanticemos una vida digna a todos los ciudadanos (porque como sociedad tenemos recursos para ello) a través de una renta básica, menos crecerán los extremismos y quizá consigamos evitar a tiempo el colapso del sistema. De todos los ejemplos que se presentan en el libro el que mas me impactó es el de los camioneros: analizando hacia donde apunta la industria del transporte parece quedar claro que dentro de unos años (¿cinco?, ¿diez?, ¿hay alguna diferencia sustancial si son cinco o son diez?) la mayoría de los camioneros se van a quedar sin trabajo porque muchos de los trayectos de los camiones, sobre todo los de largo recorrido, van a poder realizarse sin conductor. Andrew analiza el caso de Estados Unidos, con (cito de memoria) mas de dos millones de camioneros que no solo cobran un sueldo todos los meses y pagan las hipotecas de sus casas, sino que se gastan parte de ese sueldo en hoteles, restaurantes y comercios diversos a lo largo del recorrido de sus viajes, cosa que no harán los camiones que se conducen solos. En el libro se analizan mas sectores de la economía, se presenta la necesidad de la reforma como algo urgente y se hace una propuesta de cómo se podría financiar esa renta básica. Me ha parecido un libro muy interesante para entender (e intentar reconducir) estos tiempos de Trumpismo y Brexitismo. O de extrema derecha en Suecia, por poner un ejemplo que me queda mas cerca.
El otro ensayo es Silk Roads: a new history of the world, de Peter Frankopan, que se ha publicado en castellano con el título de El corazón del mundo: una nueva historia universal. Los títulos, tanto el inglés como la traducción al castellano, son bastante acertados: se trata de un libro de historia universal que sitúa el centro de los acontecimientos no en Europa sino más al este: en el antiguo imperio Persa, en las ciudades de la ruta de la seda, en los actuales Irán, Irak, Afganistán, Pakistán, Turkmenistán, Uzbekistan,…El libro me ha gustado, y es interesante que trate de sacar a Europa del centro argumental de los acontecimientos, pero me ha dado la sensación de que no lo consigue del todo. Es verdad que se sale de Europa para intentar contar una historia universal, pero al final la historia que cuenta (principalmente) es la de Europa, aunque sea una Europa mirada desde fuera. Por ejemplo, de los dos extremos de la ruta de la seda, el uno Europa y el otro China, he echado en falta una mayor atención a China, un país del que se muy pocas cosas y del que me habría gustado encontrar mas detalles en este libro.
Y estas han sido mis lecturas veraniegas. En principio iba a escribir unas reseñas para guardarlas en mi ordenador, una reseña por cada libro, pero al final me he animado a hacer un resumen de todo el verano y a juntar los textos en esta entrada de blog. Y mañana, día arriba día abajo, empieza el otoño.
Lund, 19 de septiembre de 2018
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