En movimiento

Mi última novela, Sesenta metros cuadrados, sigue llevándome a sitios inesperados. Este otoño a Puebla del Hijar (Teruel), Coslada (Madrid) y Valdepeñas (Ciudad Real).

Encuentro con el Club de lectura de La Puebla de Hijar
Cena con el Club de lectura de La Puebla de Hijar

Valdepeñas, en realidad, no tan inesperado. Es el pueblo de mi madre, y, en mi caso, pueblo de fines de semana y veraneos de infancia y adolescencia. Mis recuerdos en Valdepeñas, que son muchísmos, aparecen siempre en mis escritos de una manera u otra. Mas tarde o mas temprano quería presentar esta novela en Valdepeñas y este otoño surgió la oportunidad, con una prima de mi madre haciendo de celestina y poniéndome en contacto con El Café Local. Fue muy bonito ver aparecer por allí a familiares y amigos que hacia mucho tiempo que no veía, algunos de ellos por lo menos quince años. Lo que mas me llama la atención en reencuentros así son las voces de unos y otros, lo bien grabadas que están en mi cabeza. El lugar, El Café Local, parece sacado de la película Belle Epoque, de Fernando Trueba, o de la última de Alejandro Amenabar, Mientras dure la guerra, y cada vez que se abría la puerta daba la impresión de que fuese a entrar Miguel de Unamuno, o mi bisabuelo Pedro, que era mas o menos de la misma quinta, vivió en Valdepeñas, y, al parecer, le gustaban las tertulias.

Una semana antes había presentado el libro en Coslada, en la asociación La Bufanda, y eso sí que fue una sorpresa. Manuel Rey, profesor de historia del arte y cantante de coplas, a quien conocí en una magnifica visita guiada al Palacio Real de Madrid, me puso en contacto con la asociación. Él da clases allí los viernes por la tarde y mi presentación empezó justo después de su clase. Muchos de sus alumnos se quedaron a escucharme y fueron el grueso de mi público. Un público que me recibió con mucha calidez y curiosidad. Leí pasajes de la novela, canté algunas de las canciones relacionadas con la trama, y, como siempre, en los entreactos, perdí varias veces el hilo de lo que estaba contando porque tengo una tendencia innata a dispersarme, especialmente cuando estoy hablando de un tema al que he dedicado tantos pensamientos como lo es mi propia novela. Pero la cosa terminó bien y, pese a que casi todo fue un monólogo por mi parte, hubo también espacio para la conversación. Me gustó ser parte del programa cultural de la asociación, entre cursos de historia del arte y clases de guitarra o de lectura comprensiva. Una asociación, además, con muchos años de antigüedad como lugar de encuentro y ofreciendo actividades interesantes para los vecinos. Me sentí como en casa. Si ese fuese mi barrio, ahí estaría yo bastante a menudo.

Pero si lo de Coslada fue una sorpresa, más aún lo fue visitar La Puebla de Hijar. En Coslada nunca había estado, pero al menos me sonaba el nombre. Con La Puebla de Hijar ni una cosa ni la otra. Hasta que el año pasado, viajando de Madrid a Lund, en uno de los trenes, conocí a Antonio Moragriega. Nuestros asientos estaban el uno al lado del otro y aunque tardamos un rato en empezar a hablar (yo iba con los cascos puestos y tecleando en el ordenador, no lo puse fácil), después de un café compartido en la cafetería del tren, nos contamos nuestra vida en apenas dos horas: alegrías, tristezas, aficiones, viajes, rutinas… Me bajé yo primero, en Perpiñán, para coger el tren nocturno, y él siguió camino hasta Marsella. Luego mantuvimos el contacto, y, poco a poco (y al principio sin saberlo) fuimos organizando el encuentro de este otoño. Gracias a Antonio, mi novela llegó a manos de Pedro Luis, el bibliotecario del pueblo, que lo propuso para el club de lectura, y unos meses después me encontré en un salón de actos hablando de mi libro ante un grupo de personas muchas de las cuales ya lo habían leído. Una situación nueva para mi, muy interesante y divertida. Aunque también difícil. Y es que me cuesta preguntar a los lectores qué les ha parecido tal o cual aspecto de mi novela, me da apuro, no quiero que se sientan en un compromiso, pero aprendo mucho cada vez que alguien decide contarme algo.

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Pedro Arrabal (concejal de cultura de La Puebla de Hijar), Antonio Moragriega y yo.

No me esperaba ya, un año y medio después de haber publicado la novela, seguir haciendo presentaciones. Pero paso la mayor parte del tiempo fuera de España y la novela vuela fuera de radar, así que los ritmos y los tiempos son otros. Ahora ha pasado esta temporada de viajes, encuentros y presentaciones y estoy ya de vuelta en Lund, arropado por la oscuridad creciente y preparado para entrar en un estado de semi-hibernación, con varios meses por delante de descanso, lectura y escritura. Asomaré la cabeza de nuevo cuando los días empiecen a ser mas largos.

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