Un comentario para compartir con el Club de Lectura de Skåne.
He leído Violeta de vacaciones, por las noches, antes de dormir, en una habitación con dos camas y una mesita de noche. Y aunque la habitación es otra, las camas y la mesita de noche son las mismas que había en la casa de mis abuelos, en la habitación donde dormíamos mi hermano y yo cada verano. Así que leer Violeta me ha recordado mucho a mi infancia, a tumbarme en una de esas dos camas con una novela, la ventana abierta, la mosquitera y el ruido de los grillos y no parar de leer, sin otra ocupación más que esa. Ahora sí que tenía otra ocupación, mi hijo de tres años dormía en la cama de al lado y mi rato de lectura era desde que él se quedaba dormido hasta que me quedaba dormido yo. Algunas noches una hora, otras dos, otras, quince minutos…pero leyendo todas las noches.
La novela me ha entretenido y he aprendido bastantes cosas de la historia de Chile pero me ha faltado engancharme más emocionalmente con los personajes, sobre todo con el de Violeta. Su vida iba pasando, le iban sucediendo cosas, y, en un punto, en mitad de la novela, me di cuenta de que no la conocía, de que su vida podría continuar por cualquier derrotero y de que, fuese el que fuese, a mí no me iba a sorprender porque en las páginas que llevaba leídas no me había dado tiempo a conocerla. Terminada la novela habían sucedido muchas más cosas y se desveló al completo su trayectoria vital, pero seguí con esa sensación de no conocerla.
Miguel Ganzo Mateo
Madrid
22 de agosto de 2022