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UNO

Miércoles, 25 de junio de 2014

Kivikkjokk, hay un imán en la nevera que pone Kvikkjokk. Se acaba de ir Niklas y ahora sí que empieza esto. Doy otra vuelta por la cabaña, por los sesenta metros cuadrados que tiene, y esta vez voy a mi ritmo, fijándome mejor en las cosas que hay y en las que no hay, intentando imaginar mi vida aquí. Es difícil. El silencio hace que todo parezca aún más extraño. Ni siquiera la nevera hace ruido. No sé por qué, pero me da por ir tocando las paredes con los dedos.

La nevera está llena de cosas; es como llegar a una casa donde viviese alguien. Es Niklas quien las ha traído, ha estado aquí un par de días limpiando y haciendo bricolaje y ha hecho una compra básica para que me apañe los primeros días. También hay comida en el armario grande de la cocina. ¿Y todos esos paquetes qué serán? Los colores y los nombres son completamente diferentes a los de casa.

Vuelvo a la nevera. Veo tres cartones que podrían ser de leche, pero que tienen que tener truco porque en cada uno pone una cosa diferente. Espero que al menos uno sí que lo sea. No he traído diccionario, me acabo de dar cuenta del detalle. No pensé en eso. Y por la forma de los paquetes, las latas y los botes, no siempre se puede deducir qué es lo que hay dentro.

¿Café?, ¿me habrá comprado café? Y si lo ha comprado, ¿dón- de está? Necesito un café, un café cortado: con el café que no encuentro y la leche que no sé si es leche. La cafetera sí que la veo, ahí, encima de la encimera. Es extraño esto de meterse de repente en una cocina llena de paquetes indescifrables y que, además, sea mi propia cocina, o que vaya a serlo a partir de ya. Encuentro el café. Estaba detrás de la cafetera. Muy bien pensado.

Cuando me beba el café, voy a salir a dar un paseo. En el viaje del aeropuerto a casa, mientras Niklas conducía, he ido mirando por la ventanilla para hacerme una idea del sitio al que estoy lle- gando. Niklas no paraba de hablar y de darme consejos: que si en verano, que si en invierno, que si las pocas tiendas, que si el sol de medianoche, que si la nieve. Y me hablaba mirándome a los ojos en lugar de mirar a la carretera, con una mano en el volante y con la otra apoyada en la ventanilla, con el codo fuera. Si no he pasado miedo ha sido porque no nos hemos cruzado más que con tres coches en los casi doscientos kilómetros de viaje.

A ver, que me centre. Estas cafeteras de filtro me parecen un misterio, nunca sé cuánto café echar.

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