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VEINTINUEVE
Miércoles, 29 de octubre
Todavía están las cosas encima de la mesa de la cocina tal cual las dejó Gunnar; llevan ahí dos días. Se marchó, me quedé dormida en la mecedora, y cuando me desperté, era ya de noche, así que no salí a dar un paseo. Eso el lunes. Ayer, para compensar, di dos paseos, uno después de desayunar y otro justo antes de comer, con una pausa entre medias para entrar en casa a calentarme un poco y a tomarme un café. El primer paseo lo di por la orilla del río hacia Jokkmokk; el segundo, en dirección contraria, hacia Kvikkjokk. Hago caso a lo que me dice Rebecka y he empezado a aprovechar las horas de luz. Parece mentira que hace unos meses, cuando llegué, fuese de día todo el rato; ahora, sin embargo, amanece a las nueve de la mañana, y a las dos de la tarde, ya casi es de noche.
Voy a salir un rato a pasear también hoy. Y luego, llegar a casa, encender la chimenea, tumbarme en la alfombra del salón y cubrirme con una manta, como hice ayer. Qué gusto. Me pasé la tarde así, tirada por el suelo, como si fuese una gata, arrebujada entre la alfombra y la manta, cerca de la chimenea, echando leña al fuego y mirando la oscuridad al otro lado de la ventana. Al principio, las estrellas y luego las nubes, que llegaron de ninguna parte y, de repente, se puso a nevar. No leí nada más que dos páginas, un poema que ocupaba dos páginas. Si me viese papá leyendo poesía… Pero es que los únicos libros que quedan en la caja son de poesía, y me he empeñado en que me voy a leer la caja entera antes de pedirle otra caja a Gunnar. En la siguiente caja, seré más selectiva, no me los leeré todos, pero de momento me puede más la cabezonería. Y mal no me vendrá leerlos, algunos son poetas que me suena haber estudiado en el instituto, y de casi todos resuena la voz de papá en mi cabeza pronunciando sus nombres, mencionándolos en alguna conversación con sus amigos: César Vallejo, José Hierro, Luis de Góngora, Juan Ramón Jiménez, Nicanor Parra… o Vicente Aleixandre, que es quien ha escrito este libro que me estoy leyendo ahora y del que no me estoy enterando de mucho. No me sorprende, estoy acostumbrada a no entender nada cuando leo poesía, así que voy avanzando página a página metódicamente, aunque no me esté enterando; quizás sea cuestión de insistir, de leerse todo el libro hasta que al final encajen las piezas. No sé, el caso es que ayer probé otra estrategia y me pasé toda la tarde leyendo el mismo poema, que al final no tenía ni que leerlo porque me lo sabía de memoria:
Allá donde el mar no golpea,
donde la trisreza sacude su melena de vidrio,
donde el aliento suavemente espirado
no es una mariposa de metal, sino un aire
Muy bien, pues ese es el primer verso, qué pena no tener aquí a papá, ni aquí ni en ningún sitio, para que me explicase de qué va el poema, o para que admitiese que a lo mejor él tampoco se estaba enterando.
Allá donde el mar no golpea. Lo mismo puede valer para Madrid, para Sobradillo o para Jokkmokk, yo siempre estoy allá donde el mar no golpea. Ese primer verso me dio para pensar toda la tarde, y mira que fue una tarde larga, no puse ni música.